Pasó más de un mes y medio pensando en tramas. La envolvían, la llaman. Toda su rutina contemplaba la misma secuencia: ver dibujos, símbolos, señales, azulejos, cuadros… todo llamaba a la misma. Envuelta en su propia enredadera, no podía salir de ese enigma eterno en el cual juntaba rectas, parábolas, líneas, curvas, conjunciones de puntos que bailan en su cabeza constantemente. “Todo es lo mismo de diferentes formas”, pensaba. Nada parecía darle la respuesta que buscaba. Todo el propósito de pensar en una simple trama parecía castigarla tanto que no podía caer en el determinismo de pensar ésta  solo como una conjugación simétrica, descartando posibles rombos, líneas paralelas o cruzadas, ritmos habituales.
Idas, vueltas, retornos, amores, desamores, encuentros, desencuentros, riqueza, pobreza, realidad, fantasía, sueños... Esa vorágine de tener todo siempre en el extremo la hacía pensar que tenía que determinar de alguna forma que la mismísima trama tenía que tomar una concreción en algún momento. De lo contrario, caería enredada en una trampa efectuada por ella misma.
Un día parecía asomarse la respuesta. Comenzó a pensar que no existía una fórmula precisa. “La trama se crea a partir de cada uno, todos somos diferentes, cada uno enredado en su propio ovillo de lana”, pensó. Reanalizo su pensamiento, y allí se encontró. La trama no es más que la conjunción que cada uno crea, está en el poder de elegir el final de la secuencia.
domingo, 28 de noviembre de 2010
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